Aunque cuesta empezar, y más aun siendo el primero, en este artículo quiero plasmar tanto vivencias dentro del trabajo como sentimientos encontrados que hacía mucho tiempo que no experimentaba. Y es que, cada vez tengo más claro que la añoranza por lo vivido y por aquello que sientes como parte de tu vida puede ser el motor que guíe mi camino.
Aún recuerdo aquellos momentos de mi niñez en los que corría por los pasillos de la entidad que hoy me hace crecer, no solo profesionalmente, sino sobre todo en lo personal. Son tantos los recuerdos que la vida, sin siquiera preguntarme, me ha devuelto al lugar donde fui feliz.
Así he querido comenzar este artículo, recordando al niño que se crió en un espacio que poco se parece al que hoy conocemos. Veinte años de historia dan para mucho: para evolucionar, para caerse, para levantarse, para seguir creciendo e incluso para llegar a pensar en abandonar el barco. Pero el espíritu de la asociación no lo permitió. Y aquí están de nuevo, con más canas y arrugas, pero con una ambición intacta. Los tres vértices del triángulo perfecto —ellos saben quiénes son— siguen en pie, y solo les pido que aguanten, que apoyen y que sigan ilusionando hasta que las fuerzas lo permitan.
A veces me parece increíble poder decir que estoy en el lugar correcto, en el momento preciso, con la felicidad llenando mi vida. Cuando, allá por junio de 2024, recibí la propuesta de unirme al equipo profesional con un rol inesperado —dar clases como preparador laboral—, sentí vértigo. Era una opción válida y acorde con mi profesión, pero no me veía capaz de asumirla siendo tan novato en la enseñanza. Pero, como bien dicen, cuando el amor de tu vida te llama, nadie es capaz de rechazarlo.
Con la ilusión y la ambición de un principiante, entré en el equipo técnico de la entidad que me dejó volar durante muchos años para después reencontrarnos. Pero el camino no iba a ser fácil, porque está lleno de piedras, más incluso que la playa de Nerja (quien lo sepa, lo sabe). En noviembre llegó mi gran golpe de realidad: esta sociedad aún tiene mucho que avanzar en términos de inclusión. Llamar a mil puertas y encontrar todas cerradas es frustrante, y más aún cuando el objetivo no es otro que el bienestar de personas a las que quiero y admiro.
Ese golpe de realidad me hizo replantearme mi enfoque. Justo entonces, una usuaria me dijo algo que cambió mi manera de ver las cosas: “Javi, yo soy feliz con mis compañeros en la asociación.” Esa frase me llevó a indagar más, y descubrí que muchas familias compartían el mismo sentimiento. Para ellos, este lugar no es solo un espacio de trabajo o formación, es su familia. Intentar alejarlos de aquí para llevarlos a otros entornos podría suponer una pérdida más que una oportunidad.
Y así, mis pensamientos futuros tomaron forma: lograr que triunfemos dentro del lugar que nos vio crecer, en el barrio que nos acogió hace tantos años. Creo firmemente en el potencial de nuestro equipo técnico: mujeres jóvenes, valientes, sin miedo a nada y con la misma ilusión por crecer que yo. Porque rodearse de buenas personas hace que todo sea más llevadero.
Sé que, en ocasiones, trabajar conmigo puede ser complicado. Aún tengo mucho que aprender y, sobre todo, debo aprender a separar lo profesional de lo personal. Pero en este trabajo todo está tan ligado que temo que un día me sobrepase y necesite tomar distancia, o incluso irme definitivamente por no saber gestionarlo.
Como compañero y como parte de esta gran familia, solo os pido dos cosas: ILUSIÓN y MOTIVACIÓN. Si algún día sentís que las habéis perdido, por favor, por mucho que duela, pensad en dar paso a quienes puedan aportar una energía renovada. Esa sería la mayor demostración de amor y compromiso con nuestra asociación.
Esto es solo el comienzo de algo que, sin saber cómo, ha terminado gustándome más de lo que imaginaba. Puede que pronto vuelva a escribir, pero hasta entonces, ya sabéis dónde encontrarme: en el lugar que me vio y me sigue viendo crecer cada día más.
Javier Jesús Gandul Roales
Preparador laboral.